dilluns, 25 de setembre del 2017

Una carrera de fondo

Al final del primer mes empecé a sentirme una funcionaria del viaje. Era el máximo de tiempo que habíamos pasado fuera de casa hasta entonces y añoraba la sensación de saber que había un fin; un fin que me hiciera valorar el tiempo de vacaciones. Y como el final estaba lejano, y visitar cada país de forma aguda era imposible porque había que guardar fuerzas, cronificar el esfuerzo,  y también la ilusión, parecía la solución. Era como vivir una eternidad anhelada pero que al cabo de un siglo de tiempo extra se te hace un poooco laaaarga.

"Nuestro" paraiso en Vang Vieng (Laos)
Acabábamos de llegar a Camboya y el choque de encontrar tanta basura, esparcida y acumulada, me colapsó, a pesar de la belleza de Angkor Wat en Siem Reap. “Tengo ganas de llegar ya a Australia”, le acabé confesando un día a Helena. “Mamá, no puedes pensar así. Como mucho, piensa en el siguiente país”. Después de su sabio consejo, que seguro que se aplicaba a sí  misma, empecé a saborear mentalmente Laos. Como el Principito con su cita planeada con el zorro… pero pensar en otro país comporta pensar en pasar la frontera terrestre del país saliente y la del país entrante, y eso es muy pesado, física y mentalmente. Siempre bajo un sol de justicia y una humedad de sauna, y con las mochilas a cuestas, hay que caminar cientos de metros, rellenar un montón de papeles en ambas fronteras y evitar pagar una mordida de funcionarios corruptos que, por pequeño que sea el importe, te reconcome en lo más hondo. A base de socavar su paciencia y de macerar la nuestra, solemos franquear el paso sin soltar ni un céntimo, o pagando mucho menos de lo exigido. Después viene la ardua tarea de buscar un medio que nos transporte por el nuevo país, y sin tener aún dinero en su moneda. Y puede que no haya transportes (ni siquiera coches particulares para hacer autostop), o puede que salga al cabo de unas horas, o puede que sea obligado regatear porque te cobran el triple que a los lugareños. O puede que se den dos de estas circunstancias a la vez...

Pero entonces pasa una viejecita con dos bolsas cargadas de ladrillos, una en cada extremo de un palo de madera hincado en su hombro derecho, y vuelvo a la realidad. Recuerdo que estoy gozando de una impagable eternidad vacacional, que soy una turista afortunada,  y que el mínimo y buscado peaje por todo ello es habituarme a la realidad de cada país, respetarla y disfrutarla por su carácter excepcional dentro de mi cotidianidad.

Y ya en Laos, después de bañarnos en cascadas deslumbrantes por su salvaje belleza, o en el nacimiento de ríos de aguas azules y refrescantes, paisajes agrestes, frondosos e impenetrables; después de disfrutar de unos días de descanso en un bungaló de una isla del río Mekong, extasiados ante tanta agua y tanta isla de todos los tamaños, recuperé la ilusión por el viaje, siendo consciente de que estaba emprendiendo una nueva manera de viajar para mí: el viaje de larga duración.

Neus

1 comentari:

  1. Muy bien! Disfruta de todo lo que te ofrezca el viaje, lo bueno y lo menos bueno!
    Carpe Diem!!
    Besazos a los tres intrépidos motxileros!!

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